martes, 17 de junio de 2014

Ser escribano por un día o el hallazgo de unas plumas de finales del siglo XVII


  La investigación en los protocolos notariales te deja entrever de ciento en ciento particularidades de su autor, el escribano, bien en forma de artísticas cabeceras para las escrituras (con preciosistas cenefas, animales, etc. dibujados a pluma), bien con composiciones manuscritas inéditas como poemas, bien otras rarezas de las que daremos cuenta otro día más detallamente. Una de estas sorpresas me ha surgido esta semana cuando revisando los protocolos de Francisco de Aguayo, escribano real en Burgos en las últimas décadas del siglo XVII, en concreto, el concerniente a las escrituras otorgadas en 1684, se ha desencajado la encuadernación de pergamino al abrirlo (ya estaba así, no me maten, lectores) revelando un inocente secreto escondido hace siglos: cinco plumas para escribir usadas y en un excelente estado de conservación empleadas para reforzar el lomo de la encuadernación y ocultas al coser las cubiertas de pergamino al cuerpo central del protocolo. Seguramente nos encontramos ante las plumas empleadas por el propio Francisco Aguayo para escribir estas escrituras. Más allá del posible sentido utilitario de este hecho (reforzar la encuadernación) se abren una variada gama de interpretaciones acerca del sentir interior de este escribano y de las razones por las que guardó el útil más cercano a su oficio: en mi opinión podemos ver en esta circunstancia cierto sentido fetichista o de homenaje hacia al oficio con el que se gana la vida. Cuanto menos, me he pegado el gustazo de recrear la sensación de emplear una pluma y de sentirme un escribano (bastante diferente al homogeneizarse desde el XIX nuestros instrumentos de escritura al lápiz y el bolígrafo). 


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